Su matrimonio estaba al punto del divorcio, pero
una sola pregunta lo cambió todo…
Con más de 25 novelas publicadas, y más de 20 millones
de libros vendidos, Richard Paul Evans es un escritor verdaderamente prolífico y exitoso.
Los constantes viajes para promocionar su trabajo hicieron que
la relación con su esposa se enfriara y deteriorara. Poco el amor parecía
estarse apagando y en su lugar quedaba sólo lugar para discusiones y peleas
constantes. Su matrimonio estaba a punto de acabar para siempre cuando tuvo una
especie de revelación que salvó todo. Léelo en sus propias palabras:
“Mi hija mayor, jenna, me dijo
recientemente: ‘Mi mayor temor cuando era niña era que tu y mamá se divorciara.
Entonces, cuando tenía doce años, decidí que peleaban tanto que quizá lo mejor
para todos era que lo hicieran’. Entonces ella agregó con una sonrisa: ‘Me
alegro que pudieran resolver sus problemas’
Durante años, mi esposa Keri y yo discutíamos todos los días.
Pensándolo, realmente no estoy seguro qué nos llevó a casarnos, pero nuestras
personalidades no coincidían realmente. Y
entre más tiempo permanecíamos casados más extremos parecías esas diferencias.
Encontrar la fama y la fortuna no hizo que nuestro matrimonio fuera más
fácil; de hecho, empeoró los problemas.
La tensión entre nosotros era tal, que los viajes que se suponía
eran para promocionar los libros se convirtieron en una especie de escape.
Nuestras peleas eran tan constantes que era difícil siquiera imaginar una
relación pacífica. Estábamos perpetuamente a la defensiva, construyendo
una fortaleza emocional alrededor de nuestros corazones. Estábamos a punto del divorcio y más de una vez discutimos al respecto.
Yo estaba en un viaje promocionando un libro cuando todo llegó a
mi cabeza. Acabábamos de tener otra pelea por teléfono y Keri me había colgado. Estaba sólo,
frustrado y enojado. Había alcanzado mi límite. Fue entonces que me volví hacia
Dios, o contra Dios. No se si pueda llamársele orar, quizá gritarle a Dios no
sea rezar, quizá sí; como sea, nunca olvidaré lo que sucedió.
Estaba parado en la ducha del hotel gritándole a Dios que mi
matrimonio estaba mal y que ya no podía más. Por más que odiara la idea del
divorcio, el dolor de permanecer juntos era simplemente demasiado. También
estaba confundido. No podía entender porque mi matrimonio con Keri era tan
difícil. Dentro de mi, sabía que ella
era una buena persona, y yo también era una buena persona.
Entonces, ¿por qué no podíamos llevarnos bien, por qué me había casado con
alguien tan diferente a mi, por qué ella no cambiaba?
Finalmente, roto y hundido por completo, me
senté en la ducha y comencé a llorar. En lo profundo de mi desesperación me
llegó la inspiración. No podía cambiarla, pero podía cambiar yo. En ese momento
comencé a rezar, ‘Si
no puedo cambiarla, Dios, entonces cámbiame a mí’. Recé toda la
noche, recé al día siguiente en el vuelo de regreso a casa, recé mientras
caminada hacia la puerta rumbo a una fría esposa que apenas me reconocía.
Aquella
noche, mientras estábamos en la cama a unos centímetros de distancia que
parecían kilómetros, me llegó la inspiración. Sabía qué debía hacer.
La mañana siguiente me giré en la cama hacía Keri y le pregunté:
‘¿Qué puedo hacer para mejorar
tu día?’
Ella me miró enfadada:
‘¿Qué?’
‘¿Cómo puedo mejorar tu día’?
‘No puedes’, me contestó,
‘¿Por qué me lo preguntas?’
‘Porque lo digo en serio’,
le dije, ‘Sólo quiero saber qué puedo hacer para mejorar tu día’
Ella me miró con cinismo: ‘¿Quieres hacer algo? Ve y limpia la cocina
Keri esperaba que me
enfadar, pero en vez de eso sólo asentí y me levanté a limpiar la cocina.
Al día siguiente le pregunté
lo mismo: ‘¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?’
Ella me dijo con los ojos entrecerrados: ‘Limpia el garage’
Respiré profundamente, ya tendría un día ocupado y sabía que ella
me lo había pedido en despecho. Estuve a punto de discutir con ella pero, en cambio, le dije: ‘De acuerdo’.
Y durante las siguientes dos horas limpié el
garaje. Keri no estaba segura de qué pensar.
La mañana siguiente llegó.
‘¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?’
‘¡Nada!’, me dijo, ‘No
puedes hacer nada, por favor deja de preguntar eso’
‘Lo siento, pero no puedo’, le contesté, ‘Me comprometí conmigo mismo. ¿Qué puedo hacer para mejorar tu día?
‘¿Por qué estás haciendo
esto?’, me preguntó
‘Porque me importas’, contesté, ‘y nuestro matrimonio’
A la mañana siguiente le volví a preguntar, y la siguiente, y la
siguiente. Entonces, dos semanas después ocurrió un milagro. Mientras le hacía
a Keri la misma pregunta sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a llorar.
Cuando por fin pudo hablar me dijo. ‘Por favor deja de preguntarme eso. Tú no
eres el problema, yo lo soy. Es difícil vivir conmigo, no se
porqué aún sigues conmigo’
Gentilmente levanté su barbilla hasta poder ver sus ojos. ‘Porque te amo’, le
dije, ‘¿Qué puedo hacer para mejorar
tu día?‘
‘Yo debería estar
preguntando eso’
‘Sí, deberías’, contesté,
‘pero no ahora, justo ahora yo necesito cambiar. Tienes que saber lo mucho que
significas para mí’
Ella puso su cabeza contra mi pecho. ‘Lamento haber sido tan mala’
‘Te amo’, dije.
‘Te amo’, fue su respuesta.
‘¿Qué puedo hacer para
mejorar tu día?
‘Me miró con dulzura, ‘¿Podemos solamente pasar un tiempo juntos?’
Sonreí, ‘Me encantaría eso’
Continué preguntando por más de un mes, y las cosas cambiaron.
Las peleas se detuvieron y entonces Keri comenzó a preguntar: ‘¿Qué necesitas de mí, ¿cómo
puedo ser una mejor esposa?
Los muros entre nosotros se derrumbaron. Comenzamos a tener
pláticas profundas sobre qué queríamos de a vida y cómo podíamos hacernos más
felices uno al otro. No, no resolvimos todos nuestros problemas, ni siquiera
puedo decir que no volvimos a discutir, pero la naturaleza de nuestras peleas
cambió. No solamente se volvían cada vez más raras, sino que no eran tan
enérgicas como antes. No queríamos hacernos daño
nunca más.
Keri y yo hemos estado casados por más de 30 años. No sólo amo a
mi esposa, me agrada. Me gusta estar con ella, la anhelo, la necesito. Muchas
de nuestras diferencias se han vuelto fortalezas y las otras realmente no
importan. Hemos aprendido cómo cuidar uno del otro y, más importante aún, hemos
ganado el deseo de hacer eso.
El matrimonio es difícil. Pero también ser padre, y estar sano,
y escribir libros y todo lo que es importante y que vale la pena en mi vida. El tener una pareja de vida es
un hermoso regalo. También he aprendido que el matrimonio puede ayudarnos a
sanarnos de nuestras partes más desagradables. Y todos tenemos partes
desagradables.
A través del tiempo he aprendido que nuestra experiencia fue una
ilustración de una lección mucho más grande sobre el matrimonio. La pregunta que todos en una relación deberían preguntar a su pareja es: ‘¿Qué
puedo hacer para mejorar tu vida?’ Eso es amor.
Las novelas de amor (y yo he escrito varias) son todas sobre
deseo y el vivieron felices para siempre, pero el vivir feliz para siempre no
viene del deseo. El amor verdadero no es desear a otra persona, sino desear
realmente su felicidad, incluso a expensas de la nuestra. El amor verdadero no
es hacer de otra persona una copia de nosotros mismos, es expandir nuestras
propias capacidades de tolerancia y cariño, de buscar siempre su bienestar.
Todo lo demás es simplemente una farsa de interés propio.
No digo que no pasó a Keri y a mí funcionará para todos. Ni
siquiera digo que todos los matrimonios deban
ser salvados. Pero yo estoy increíblemente agradecido por la inspiración que
me llegó ese día hace tanto tiempo. Estoy agradecido porque mi familia sigue intacta
y yo todavía tengo a mi esposa, mi mejor amiga, en la cama junto a mi cada vez
que despierto en las mañanas. Y estoy agradecido de que, incluso ahora, décadas
después. de vez en cuando alguno de los dos preguntamos al otro ‘¿Qué puedo
hacer para mejorar tu día?’ No importa si se es quien pregunta o quien responde, es algo
por lo que vale la pena despertar.
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